El cielo matutino destilaba amargura desde los primeros vestigios de
luz. A juzgar por la humedad del suelo, asumo que la lluvia nos visito
mientras recorríamos los valles que construye nuestra mente cuando
nuestros ojos se cierran ante la vanidad del exterior. Camine por
aquellas calles frías tranquilamente, ya que había salido con tiempo de
sobra. Para ser tan temprano, había poca gente en comparación con otras
madrugadas. Subí al autobús sin ganas, no es algo que sucede a menudo,
tengo la impresión que solamente ocurre cada vez que el firmamento se
cubre bajo ese manto grisáceo.
El viaje no se apresuro en
terminar. La mañana era tan tranquila que daba la sensación que aun
estaba inmerso en mis sueños. El manto gris era por una razón y no
espero demasiado en demostrarlo. En ese momento, la brisa empujó
delgados hilos que impactaron contra el cristal dejando su huella
característica en el vehículo, bloqueando un poco la vista hacia el
exterior. La gente iba sumándose al viaje con intenciones diferentes,
pero similares. Sus miradas tenían algo en común, tenían un color algo
diferente. A lo mejor, haya sido por la hora, pues nunca he visto
alguien que exprese una sonrisa a primera hora.
Mientras la
lluvia iba transitando por las calles, refrescando cada rincón de la
ciudad, el transporte se había detenido y mi humanidad recorría aquel
suelo haciéndose uno con los charcos que se fueron formando. Mis pasos
resonaban sobre aquel asfalto húmedo y se escuchaba el suave murmullo
del viento jugando con las ramas de los arboles plantados cerca de el
monumento que adornaba la plaza mas conocido dentro de aquel amplio
paisaje cuya flora eran gigantescas estructuras de cemento y cuya fauna
eran figuras ambulantes con ambiciones y deseos. Figuras que, día a día,
desfilaban por las aceras para cumplir los horarios rutinarios que, a
su tiempo, preparaban el camino hacia ese anhelo que guardaban en el
corazón.
La dulce caricia de la lluvia acompañaba el sendero
que debía construir cada mañana. Un suspiro repentino interrumpe mis
pensamientos haciendo que mis ojos desvíen su atención. Miro hacia
adelante y contemplo acercarse al origen de aquella profunda exhalación.
Vestía de forma cuidadosa, se veía como si hubiese tomado mucho tiempo
decidir cual prenda usar. Su cabeza se mantenía agachada, el angulo
necesario para no tener que hacer contacto visual con nadie. Sus largos
cabellos tapaban la mitad de su rostro aunque, a pesar de ello, pude
notar que tenia una mirada perdida y algo cansada. Su caminar pausado me
transmitía cierta sensación que no puedo describir con facilidad, no
podía dejar de mirarla. Por ello, no pude seguir, me quede quieto por
unos minutos mientras se iba acercando. Al caminar de esa forma, no se
dio cuenta de mi presencia así que paso por mi lado sin sobresaltarse.
Las
campanas de la catedral reverberaron dentro de mis oídos mientras veía
alejarse a aquella esbelta figura hacia la esquina y allí desaparecer de
mi campo visual. Su abrupta interrupción cambio la esencia de un día
destinado a ser mediocre, a ser sumamente denso, sin presencia de
emoción. Aun podía respirar aquella fragancia que brotaba de ella, a
pesar de haberse alejado. Tenia un horario que cumplir, así que seguí mi
camino, pero mi corazón iba aumentando de ritmo a tal punto que solo
podía escuchar esos vertiginosos latidos. Tan solo había pasado hora y
media desde que desperté, pero la visión había cambiado y estoy seguro
que este episodio rodeara mi mente durante todo este día.
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